Por el área de prensa de ADECES
Enciendo el televisor y contemplo sin demasiada atención las imágenes de un hombre de mediana edad besando a una señora rubia. Si bien la estampa no entraña nada fuera de lo común, me obliga a revisar la orden que acabo de dar al mando a distancia. Yo pretendo ver el telediario y no un programa de reencuentros, que a todas luces es lo que muestra la pantalla.
Comienza mi desconcierto. El mando me anuncia que no me he equivocado. Las fotografías están siendo emitidas en el informativo y el señor de mediana edad era en el momento en el que fueron tomadas el rey de España, hoy rey emérito. En concreto, los telediarios, al igual que después hará el resto de los programas y medios de comunicación, se están haciendo eco de unas fotografías publicadas en la revista holandesa “Privé”.
Me sorprendo. Al fin y al cabo, no es normal que un rey amenice programas de tarde, de mañana y hasta de noche, por protagonizar fotogramas que más bien parecen corresponder a una película española de los sesenta.
La sorpresa continúa. Los distintos medios coinciden al asegurar que las imágenes han servido para llevar a cabo un chantaje de Estado pagado con dinero público. Y lo que hasta ese momento no dejaba de ser la confirmación de un cotilleo mantenido durante muchos años, pasa a ser noticia. Y la noticia se convierte en auténtico escándalo, el último de los protagonizados por Juan Carlos I.
El otrora primero de los españoles, está a punto de publicar un libro que en sus propias palabras va en contra del consejo que siempre le ofreció su padre, para quien los reyes “no se confiesan y menos aún en público. Sus secretos quedan enterrados en las sombras de los palacios”. Lástima que el ahora rey emérito haya desobedecido el consejo paternal porque en los últimos años sus secretos no permiten cerrar la mandíbula a un país que durante décadas le admiró por encima de todas las cosas.
El 23 de febrero supuso el momento de mayor gloria de Juan Carlos I; había logrado parar el golpe de Estado y aunque hubo quienes se atrevieron a alzar la voz cuestionando su papel, lo cierto es que fueron ignorados. La realidad o el deseo de tener un rey íntegro, capaz de enfrentarse a los viles que deseaban terminar con la recién estrenada democracia, terminaron imponiéndose y Juan Carlos I pasó a convertirse en héroe nacional.
Durante más de treinta años, de febrero de 1981 a abril de 2012, a Juan Carlos I le acompañó una estela de superhombre, triunfador y adalid de la democracia. Al rey no es que se le perdonase todo, es que sencillamente no se le encontraban defectos, lacras, menoscabos o peros. Él era campechano, atractivo, alto y hasta gracioso. En definitiva, él era el orgullo de una nación que por aquel entonces presumía de monarca.
Con el tiempo empezaron a asomar algunas de las costuras. El rey no era perfecto, pero daba igual. Comenzaba a ser llamativo que sus íntimos pasaran primero por el banquillo y después por la cárcel. España lanzaba un lamento, “Ay este Juan Carlos, ¡qué mal elige sus amistades!”, y el país seguía a lo suyo sorteando crisis, inflaciones, tasas imposibles de paro, corrupciones y desfalcos.
Y así pasaron volando más de treinta años. Y el jefe del Estado seguía gozando del clamor y el perdón popular, ese que hacía que se mirase a otro lado. Más de tres décadas ciegos y sordos, hasta que, en abril de 2012, Botsuana le arrancó a España la venda con la que se cubría los ojos y a partir de ahí se inició el descenso del rey.
Al igual que el resto de su vida, la caída de Juan Carlos I fue, cuanto menos, confortable en los Emiratos Árabes Unidos donde se instaló en el verano de 2020. Seis años después de su renuncia al trono de España en favor su hijo Felipe VI, el 18 de junio de 2014.
Los últimos meses del rey emérito en nuestro país estuvieron acompañados de la profunda polémica que desataron las investigaciones en Suiza sobre sus finanzas. En el foco de la misma se encontraba una supuesta comisión de 100 millones recibida de parte de Arabia Saudita.
El emérito se fue y España siguió adelante con sus crisis, sus inflaciones, su nuevo rey y sus nuevos gobiernos. Las voces críticas se fueron apagando y, con el tiempo, Juan Carlos I volvió al país que un día reinó. Primero visitas cortas, un ir y venir, que poco a poco iban en aumento.
Y así llegamos a las imágenes de la semana pasada, un escándalo del que se hacían eco los medios internacionales primero y los nacionales después, de ignotas consecuencias. ¿Frenará lo ocurrido la escalada de “reinserción” del rey emérito en la sociedad? No se sabe. De momento, la operación de brillo, limpieza y esplendor parece haber comenzado de nuevo y el domingo veintinueve de septiembre, cuatro días después de la publicación de las fotografías, la Real Federación Gallega de Vela otorgaba a Juan Carlos I la primera Medalla de Oro que esta Real Federación acuña. Curioso momento para estrenar una distinción.