Por el área de economía de ADECES
A punto de concluir este blog, el presidente de Estados Unidos (EEUU) anunció que desde el 4 de junio los aranceles a la importación de acero pasarán del 25% al 50%; un incremento que puede hacerse extensivo, a juzgar por lo que escribe en su red social, al aluminio.
De ahí, que este contenido tenga todavía más vigencia.
La imposición de aranceles por parte de Estados Unidos a productos europeos no puede interpretarse simplemente como una medida proteccionista aislada. Forma parte de una estrategia más amplia de redefinición geoestratégica por parte de Washington. En este nuevo contexto global, Europa se encuentra en una encrucijada: debe decidir entre adaptarse, resistir o buscar una mayor autonomía estratégica frente a un aliado cada vez más impredecible.
Los objetivos centrales de la estrategia estadounidense son claros:
Reducir su deuda y déficit fiscal.
Contener el ascenso de China y que avance su influencia en el mundo
Evitar que Irán alcance capacidades nucleares para proteger los intereses de Israel y otros aliados en Oriente Medio.
En este contexto, los aranceles juegan un papel clave en este esquema, ya que permiten, en teoría a EEUU proteger su industria, recaudar ingresos vía los consumidores norteamericanos y presionar a sus socios económicos, incluidos los europeos, para alinearse con sus prioridades.
Sin ánimo de ser exhaustivos es preciso señalar respecto al déficit y la deuda que son el fruto de políticas fiscales sumamente desequilibradas basadas, durante décadas en el incremento de los gastos y, en paralelo, la reducción de los impuestos. Es decir, los EEUU han vivido a lo largo del tiempo del crédito que le otorgaron el resto de los países por ser el dólar la moneda de reserva internacional. Pero, este marco ha cambiado significativamente con la presencia de nuevos actores internacionales en el panorama comercial, como China que se han convertido en la fábrica del mundo para multitud de corporaciones norteamericanas y europeas, por decisión de éstas para incrementar los márgenes de beneficios, en un marco internacional caracterizado por el impulso de la globalización. A cambio de esto, China abría su mercado a estas corporaciones y países.
Desde ahí, China se convirtió en un importante actor económico internacional: incremento su presencia en amplias zonas de África, Latinoamérica, etc. Es un líder tecnológico de primera magnitud y sustenta los BRICS, lo que resta peso al dólar como moneda de reserva.
EEUU está viendo amenazada su hegemonía y, en consecuencia, pretende, a través de la política arancelaria y las sanciones comerciales presionar a sus socios para que se alineen con sus objetivos estratégicos. Según esto, Europa, deberá frenar su comercio con China, con el objetivo de contener su ascenso.
Esta misma idea es la que suscita el intento de cerrar cuanto antes la guerra de Ucrania, lo que le permite a EEUU afianzarse en el territorio y acceder a las “tierras raras” del país; a la vez que ratifica el nuevo mapa de Ucrania satisfaciendo a Rusia a cambio de romper el eje China-Rusia.
Solo podemos decir, ¡suerte con ello! Porque si algo ha demostrado EEUU es que no es confiable. Por tanto, no vemos que interés puede tener Rusia en romper con una potencia económica (China) que fue la que sostuvo a Rusia durante la imposición de sanciones por la invasión de Ucrania.
Tampoco acabamos de ver qué interés pueden tener otros países con proyectos financiados por China en cambiar sus objetivos estratégicos con condiciones (políticas y económicas) bastante diferentes de las que suelen establecerse cuando se recibe apoyo de EEUU o del FMI.
El lío de oriente medio es otro asunto. Pero no creemos que EEUU quiera verse arrastrado al avispero de la zona, ya sea motu proprio o por una decisión de su socio o socios en el área. La potencia defensiva iraní (misiles y drones), la población (91 millones de habitantes), la capacidad de alcance a otros estados árabes próximos y al propio Israel y el riesgo a que la aviación se vea expuesta a esa potencia defensiva, pero, sobre todo, cuando se quiera pasar a los combates en tierra y los riesgos y el coste que esto conlleva. Todo ello sin hablar de la afectación al tráfico marítimo a través del Canal de Suez.
Frente a este panorama, Europa tiene varias opciones:
1. Negociación y adaptación: Europa podría optar por negociar con Washington, buscando acuerdos comerciales bilaterales o sectoriales que mitiguen el impacto de los aranceles. Esta vía implica asumir una más acusada subordinación estratégica, alineándose con los objetivos de EEUU, como frenar las inversiones chinas o endurecer su posición respecto a Irán. También supone un mayor seguidismo respecto a la política americana en relación con Rusia. A nuestro juicio, esta no es una opción porque EEUU ha dejado de ser un socio confiable.
2. Autonomía estratégica: Otra opción es reforzar su soberanía económica y geopolítica, reduciendo su dependencia tanto comercial como militar de EEUU Esto implicaría profundizar en el mercado interior, invertir en sectores clave (como tecnología, defensa y energía) y diversificar sus alianzas, incluyendo vínculos más estrechos con potencias medias o economías emergentes.
3. Defensa multilateral del orden comercial: Europa también puede apostar por liderar una respuesta coordinada con otros actores afectados por la política arancelaria de EEUU, como Japón, Canadá o incluso China, revitalizando foros multilaterales como la OMC y promoviendo normas comunes que limiten el uso arbitrario de medidas proteccionistas.
La segunda y la tercera opción podrían permitir definir con Rusia un acuerdo de seguridad en la zona y abordar una salida estrictamente europea al conflicto de Ucrania.
Cada una de estas opciones tiene costes y beneficios. Adaptarse podría preservar la relación transatlántica en el corto plazo, pero a costa de pérdida de autonomía. Apostar por la autonomía estratégica o el multilateralismo exigiría una Europa más unida y decidida, capaz de hablar con una sola voz en política exterior y económica.
En definitiva, los aranceles de EEUU son un síntoma de una transición global más profunda, donde las alianzas tradicionales se reconfiguran. Europa no puede limitarse a reaccionar; necesita una estrategia propia, coherente y de largo plazo para defender sus intereses en un mundo cada vez más competitivo y fragmentado.