Ilusión, decepción y esperanza: 33 años de gobiernos de alternancia

Por Marta Zardaín

Me apasiona leer. Es habitual que a mis recuerdos los acompañe la imagen del libro que en ese momento disfrutaba. Me gusta la Literatura y me entretiene establecer relaciones entre los libros, aunque pasen años desde que uno u otro caen en mis manos. Son conexiones muy personales: una frase, una idea, un paisaje, un nombre; en definitiva, basta un pequeño detalle para que en mi mente queden ligados. Por ejemplo, “La ridícula idea de no volver a verte” y “Rayuela” van de la mano. Ni en la trama, ni en su relevancia literaria, ambas obras tienen que ver, pero en mi cerebro están vinculadas porque en ambas la casualidad juega un papel destacado.

Atribuyo a la casualidad los acontecimientos que, en ocasiones, marcan nuestros días y nos permiten resumirlos en buenos, malos o regulares. Hay días en los que todo nos sale bien, días en los que disfrutamos acumulando pequeñas satisfacciones, días claramente presididos por palabras como felicidad, agrado, placidez o regocijo.

Por aquello de la compensación, también existen otros en los que el desencanto, la desilusión, el desengaño, la decepción o cualquiera de sus sinónimos se despliegan sin ningún tipo de recato. El pasado viernes yo tuve uno de esos.

La cosa comenzó con un chasco de los clásicos: no encontraba aparcamiento, hecho que si bien no supone una gran contrariedad, cuando sucede a primera hora en una zona en la que no sueles tener problemas puede convertirse en un vaticinio. Pero como era viernes, no lo tuve en cuenta. Tuvo que imponerse machaconamente la realidad y varios de sus acontecimientos para que tomase conciencia de que estaba ante un “viernes de desencanto”. Como el que marcó mi desencuentro con alguien a quien aprecio mucho o la manera en la que uno de mis hijos nos resumió a su padre y a mí el final de la serie que llevaba semanas viendo: “decepcionante”. Por supuesto, al ir a pagar en el super la señora que iba dos puestos por delante no conseguía que su tarjeta y el datáfono conectasen y, justo cuando lo consiguió, la cajera tuvo que cambiar el rollo de papel de los tickets.

El desencanto se quedó ahí bien sujeto y se hizo fuerte en nuestra cena de amigos. Es una regla no escrita que si lo que pretendemos es que una reunión sea cordial no hablemos de política. No se cumplió. Fue un comentario fugaz, pero con trascendencia suficiente para que uno a uno comenzáramos a exponer sin pudor nuestra frustración. El mismo vino que para Dante Alighieri “siembra poesía en los corazones”, acompañó nuestras diatribas sobre quién ha protagonizado la mayor decepción en nuestro país: ¿Felipe González?, ¿Aznar?, ¿Zapatero?, ¿Rajoy? o ¿Pedro Sánchez? Es innegable que prácticamente todos han aportado avances legislativos, económicos o sociales. Pero, si de decepciones se trata, ¿Quién se lleva la palma?

Con Felipe González, el PSOE ganó cuatro elecciones generales de manera consecutiva (1982–1996), las tres primeras por mayoría absoluta, lo que se ha definido como una “proeza” en la historia parlamentaria española (y europea). Pero como el artículo va de desilusiones, dejaré a un lado las gestas y comenzaré por el “Caso Juan Guerra (1989)”, primer escándalo que minó la confianza en el PSOE y en su gobierno, provocó la destitución del vicepresidente Alfonso Guerra (enero de 1991) y la condena de su hermano Juan por fraude fiscal.

Después llegó el “Caso Filesa”, que debe su nombre a una de las tres empresas fantasma creadas para financiar ilegalmente al PSOE mediante el cobro de informes inexistentes a industriales y banqueros, a cambio de la adjudicación de contratos públicos. El asunto terminó en 1997 con la una sentencia condenatoria del Tribunal Supremo que, ratificada en 2001 por el Tribunal Constitucional, solo castigó el delito fiscal, por no existir entonces el de financiación ilegal de los partidos políticos.

A Filesa le sucedió el «Caso Ibercorp» (1992) que llevó a prisión al gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, por mantener una cuenta con dinero negro en la entidad financiera Ibercorp, y que provocó la dimisión del entonces ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga.

Era el fin de una era y en 1996, el PP ganó las elecciones, si bien, al no obtener las mayorías necesarias, para poder gobernar tuvo que recurrir al apoyo de los nacionalistas catalanes de CiU.

La primera legislatura de José María Aznar (1996-2000) fue definida como “una bocanada de aire fresco” que le llevó a conseguir mayoría absoluta en su segunda legislatura (2000-2004). Y es precisamente en esos buenos resultados donde numerosos expertos ubican el inició del fin de una manera de gobernar dialogante, en la que se perdió el espíritu regenerador de la primera etapa. Fueron los años del desastre del “Prestige” y de la tragedia del Yakovlev 42 (mayo de 2003) accidente aéreo en el que fallecieron 61 militares españoles y un guardia civil, la mayor catástrofe sufrida por las Fuerzas Armadas Españolas y que según el informe final de la Comisión Internacional de Investigación tuvo su origen en las deficiencias en el mantenimiento del avión (algo de lo que previamente ya se habían quejado los mandos militares) y el cansancio de una tripulación que llevaba más de 23 horas de vuelo. Pero lo peor llegó después: las pruebas de ADN demostraron que 30 de los 62 cadáveres fueron identificados erróneamente y, en 2009, la Audiencia Nacional condenó al general Vicente Navarro por falsear de forma consciente las identificaciones.

También fueron los años de la participación española en la guerra de Irak (marzo de 2003) en la que una coalición de varios países encabezados por Estados Unidos se empeñó en la búsqueda de unas armas de destrucción masiva que nunca aparecieron; y los años de la errática gestión del mayor acto terrorista de la historia española y europea: los atentados del 11M (Madrid, 2004) causaron la muerte a 192 personas e hirieron a más de 1.755.

Con José María Aznar en el gobierno tuvo lugar el “Caso del Lino” (1999) tras la denuncia de ayudas irregulares al cultivo del lino y desvío de fondos en favor de altos cargos del gobierno popular. En 2009, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea halló deficiencias en el sistema de control de las ayudas al lino, y condenó a España a devolver 129 de los 134 millones de euros cobrados.

En 2001, el “Caso Gescartera” vendría a engrosar la lista de las decepciones, un escándalo financiero en el que desaparecieron más de 120 millones de euros y que registró más de 2000 afectados.

Tras estos escándalos, se impuso un nuevo rumbo. En 2004 el PSOE ganó las elecciones generales y José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en el quinto presidente de la democracia durante dos legislaturas, desde 2004 hasta 2011. Tampoco se libraron estos años de la corrupción, destacando particularmente el “Caso ERE”, que consistió en el desvío de al menos 679 millones de euros de dinero público de la Junta de Andalucía para beneficiar a empresas, trabajadores y organizaciones sindicales afines al PSOE.

El PP volvió a gobernar tras las elecciones de 2011 y Mariano Rajoy Brey presidió el país hasta 2018. Durante sus dos legislaturas se sucedieron, entre otros, la “Operación Pitiusa”, con 88 detenidos implicados en una red de robo y tráfico de datos confidenciales de la administración; el “Caso Bárcenas” consistente en la distribución mensual por parte del gerente del PP de sobres con cantidades de entre 5.000 y 15.000 euros a secretarios ejecutivos, cargos públicos y otros miembros del PP con dinero B procedente «de constructoras, empresas de seguridad y donaciones». El caso salió a la luz durante el gobierno de Rajoy, pero su práctica se había extendido durante 20 años.

En 2014 se sucedieron escándalos como el de las “Tarjetas opacas de Caja Madrid” (2014), y la “Operación Púnica” que se saldó con la detención de 51 políticos, ediles, funcionarios y empresarios supuestamente implicados en una trama de corrupción que adjudicó servicios públicos por valor de 250 millones de euros a cambio de pagos y comisiones ilegales.

Pero sin duda, entre los escándalos se lleva la distinción de honor el “Caso Gürtel”, una red de corrupción política vinculada al Partido Popular, que funcionaba principalmente en las comunidades de Madrid y Valencia. La trama estaba encabezada por el empresario Francisco Correa a quien le debe el nombre (en alemán, Correa es Gürtel) y se basa en un conglomerado de negocios que se nutría de fondos de entidades públicas y que organizaban eventos públicos del PP durante el Gobierno de José María Aznar. El método más habitual para obtener sus ventajas y beneficios era la utilización de dádivas y sobornos a funcionarios y autoridades. Este caso constituye la matriz del “Caso Bárcenas”.

La trascendencia de la Trama Gürtel alcanzó su zénit el 24 de mayo de 2018, día en el que se hizo pública una sentencia en la que la Audiencia Nacional condenó a varios de los imputados y, por primera vez, a un partido político, el PP, por lucrarse de la trama y financiarse con una caja B en su sede central. La sentencia también daría lugar a otro acontecimiento histórico: el 1 de junio de 2018 el pleno del Congreso de los Diputados aprobó por primera vez en la historia de la democracia española una moción de censura, la planteada por Pedro Sánchez contra el Ejecutivo de Mariano Rajoy.

En 2018 por consiguiente el PSOE vuelve a gobernar el país y Pedro Sánchez se convierte en el séptimo (y de momento último) presidente de la democracia. Durante sus, hasta ahora, siete años de mandato los medios se han hecho eco de escándalos como el “Caso Begoña Gómez” o el “Caso del Fiscal General del Estado”, en el que se investiga un presunto delito de revelación de secretos.

Pero ha sido el “Caso Koldo-Ábalos” el que se ha llevado los mayores titulares. Estamos en los albores de la investigación al exministro y exsecretario de organización del PSOE José Luis Ábalos, a su asesor personal Koldo García, a su sucesor al frente de la secretaría de organización del partido Santos Cerdán y a otros empresarios como Víctor de Aldama, por estar implicados en una presunta trama de mordidas en la venta de mascarillas durante la pandemia en España y en adjudicaciones de contratos de obras públicas en la geografía nacional.

Estamos, decía, en los inicios, en la fase de instrucción de un caso con el que cerramos el análisis que protagonizó nuestra cena (y posterior tertulia) de 33 años de gobiernos de alternancia entre PSOE y PP. Ya lo dije, el día no engañaba y terminó como empezó: viernes de decepción.

Y estos no han sido los únicos casos, ha habido muchos más, en la Marbella de Jesús Gil, o en la Cataluña de Jordi Pujol, pero en algún punto hay que poner el fin.

Está claro que, al margen de las siglas, los líderes o las promesas que los llevaron a alcanzar el poder; la corrupción siempre parece estar presente en un círculo que lejos de dejar de repetirse, lo hace cada vez con mayor celeridad. Decía Aureliano Buendía (“Cien Años de Soledad”, Gabriel García Márquez) que “la única diferencia actual entre liberales y conservadores, es que los liberales van a misa de cinco y los conservadores van a misa de ocho”. Leo una y otra vez esta cita, recuerdo haberla subrayado con la pasión que va unida a la adolescencia y la confianza de que nosotros, nuestro país, lo haríamos mejor. Pero no ha sido posible y no parece que importe demasiado. Al igual posiblemente yo viviré un “lunes de esperanza” en el que no tendré problemas para aparcar, la decepción con mi amiga habrá pasado a ser un malentendido sin importancia, y mis hijos disfrutarán de una serie de las que enganchan de principio a fin; en los próximos meses, o años, volveremos a votar y se iniciará un periodo protagonizado por las buenas intenciones y la ilusión que generan las nuevas expectativas. Y la rueda volverá a girar porque “nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo” (“Rayuela”, Julio Cortázar).

Imagen generada con Inteligencia Artificial (IA) por ADECES

Autor: adeces asociacion
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