Por Teresa Fuentes, secretaria de la Asociación Amigos de Ritsona
Visitar los campos de refugiados es sentir que el sistema de la Unión Europea (UE) no funciona. Sientes que la humanidad se ha desvanecido cuando ves que sus dirigentes permiten que miles de personas, entre ellos niños y niñas, vivan en condiciones inhumanas con un sufrimiento que provoca que muchas personas caigan enfermas, tanto física como mentalmente.
En agosto de 2016 varios voluntarios y voluntarias independientes visitamos por primera vez el campo de personas refugiadas de Ritsona, Grecia. Lo que nos encontramos allí superó con creces todo lo que nos habíamos podido imaginar.
Cientos de personas, entre ellas muchas familias, malvivían, y malviven en medio de la nada en tiendas de campaña recibiendo la caridad que llega por parte de las organizaciones que “atienden” el campo, por supuesto pagadas con los fondos de la UE. Una caridad que no llega a cubrir las necesidades mínimas que necesita una persona para vivir dignamente.
La sanidad es insuficiente, la comida nefasta, no hay apoyo psicológico, ni escolarización, ni apoyo jurídico: algo imprescindible para asesorar a miles de personas que lo han perdido todo y que su única esperanza es salir lo antes posible de ese vacío al que le han llevado las políticas nefastas de nuestros gobernantes.
Los campos de personas refugiadas tienen algo en común: están apartados de cualquier población urbana por lo que las personas que allí malviven tienen muy limitados sus movimientos. Los hacinan apartados de todo para que no nos molesten a los que hemos tenido la suerte de que ninguna guerra o hambruna nos lo arrebate todo.
Son personas con una hospitalidad que te deja sin palabras. Te invitan a sus tiendas, te invitan a comer, algo a lo que siempre intentamos negarnos porque no queremos que gasten lo poco que tienen. Cuando te atreves a sentarte con ellos, a escucharlos, a mirarlos a los ojos y te cuentan todo lo que han tenido que pasar para llegar allí, cómo caían las bombas cerca de su casa, cuándo decidieron salir, lo que tuvieron que pasar con las mafias en el trayecto, en la patera, muchos de ellos con sus hijos, para llegar a la Europa deseada, esa Europa que era la esperanza para miles de personas que no han hecho nada para que se lo arrebaten todo. Una Europa que les ha dado la espalda y lejos de cumplir con su deber se dedica a ponerse de lado y endurecer, más todavía, la normativa para que no puedan tener una vida digna.
De vuelta a casa, traes la mochila llena de rabia e impotencia. Uno de los momentos más duros es cuando tienes que despedirte. En ese instante te das cuenta de lo injusto que es el sistema. Ese sistema cruel y deplorable que permite que los que lo tenemos todo podamos circular libremente y a los que una guerra o una hambruna les ha arrebatado todo solo puedan moverse de forma ilegal a través de mafias, esas mafias que critican los países de la UE y que son la única alternativa que les permite tener un poco de esperanza. Una esperanza que les ha sido arrebatada por las vallas, las concertinas y la ausencia de un sistema de acogida digno.
Desde que creamos la Asociación Amigos de Ritsona hemos colaborado con las personas refugiadas que se encuentran atrapadas en Grecia. Hemos visto organizaciones pagadas con los fondos de la UE que no cuestionan los protocolos absurdos y crueles en el trato con las personas refugiadas, hemos visto a personas enfermas, deprimidas y que se autolesionan por la falta de esperanza, por no saber cuándo las dejarán salir de esas cárceles que son los campos de refugiados.
En agosto del 2018 visitamos por primera vez el campo de personas refugiadas de Moria y lo que vimos allí nos destrozó. Es el mayor campo de personas refugiadas de Europa.
Un campo donde había una cárcel ilegal y en el que unas 150 personas al mes intentaban quitarse la vida, entre ellas, niños y niñas de hasta 4 años de edad: cuánto sufrimiento tienen que pasar estos pequeños para querer acabar con su vida. Un psiquiatra de Médicos Sin Fronteras (MSF) nos contó que era algo que no habían estudiado en la carrera, el hecho de que un niño quisiera acabar con su vida. También nos contaba que muchos de estos pequeños sufren violaciones dentro del campo que les provocan rotura de esfínteres para el resto de su vida. Por otro lado, compañeras de otras organizaciones que atienden la sanidad en el campo también nos contaron que la mayoría de las mujeres que provienen de África llegan con enfermedades de transmisión sexual o embarazadas debido a las agresiones que sufren en el trayecto.
Hace unos meses ardió este campo, lo cual pudo haber sido una oportunidad para acoger a las miles de personas que allí se hacinaban, pero, una vez más, los políticos se encargaron de ponérselo más difícil y crearon “Moria II”, un campo al lado del mar donde es mucho más difícil que puedan acceder las organizaciones independientes porque está totalmente vallado y militarizado. No quieren que seamos testigos de las condiciones en las que malviven miles de personas, a las que quieren finalmente deportar.
Desde la Asociación Amigos de Ritsona llevamos más de cuatro años visitando estos campos con el objetivo de denunciar las condiciones deplorables y crueles que están imponiendo los países de la UE, aportando nuestro granito de arena para cubrir con organizaciones independientes que están en terreno los vacíos que tienen las organizaciones que colaboran con los gobiernos y, que lejos de denunciar estas injusticias, son parte del negocio de los refugiados, un negocio que está dando muchos beneficios a empresas y organizaciones.
El trato que se les está dando a estas personas que vienen a Europa buscando seguridad y refugio es cruel e inhumano. Me avergüenza la falta de solidaridad y empatía de los dirigentes que tienen el poder de cambiar el rumbo de sus vidas.
Conocer esta realidad nos ha hecho más humanos, nos ha hecho valorar la infinita suerte que hemos tenido de vivir en un país donde no hay guerra, te hace dar gracias por tener un hogar donde protegerte, un sistema público al que acudir cuando estás enfermo, pero también te hace ser más consciente de todo lo que queda por avanzar. Avanzar hacia unas políticas más solidarias, más humanas, donde miremos y protejamos a todos sin distinción de razas o clase social.
Queda mucho por cambiar, y solo lo conseguiremos si somos capaces de levantar la cabeza y mirar lo que pasa alrededor y pensar que hoy son ellos, pero mañana podríamos ser nosotros y estoy segura de que no nos gustaría que nos tratasen así. Aunque solo sea por eso, no apartemos la mirada y exijamos a nuestros gobernantes que queremos acoger, que queremos y necesitamos un mundo más amable y justo.
Imagen cedida por la Asociación Amigos de Ritsona
www.ayuda-refugiados.org
amigosderitsona@gmail.com