Recuerdo con nitidez cuando tenía 15 o 16 años mi gran ilusión por cumplir los 18, la gran edad, la panacea de todos los males. Poder salir con la cuadrilla de amigos/as más allá de las 23 horas. Alguno y alguna tendrá ahora mismo la boca como el túnel del metro por el asombro y comentarán entre risas “pero si a esa hora salimos nosotros”. NUNCA pensé que diría esto: no les envidio nada.
Fueron pasando los años y comprobé que los 18 eran como las navidades de El Corte Inglés, todo fachada, nada de sustancia. Y con el tiempo te das cuenta de que, con un poquito de suerte y salud, te sobran años para realizar cosas. Que nada es tan urgente, que la vida hay que bebérsela a traguitos pequeños para disfrutarla. Pero como dice el refrán: NADIE escarmienta en cabeza ajena.
Hoy, cuarenta años después, estoy segura de que lo mejor está por llegar. Soy una afortunada que he tenido y tengo una familia estupenda, pequeña pero selecta, son la brújula de mi vida. Cuando miro hacia atrás recuerdo: lo que he vivido, las personas que he conocido, los amigos que he perdido. Soy una superviviente de los 80, con la piel curtida y el deseo de seguir luchando.
Parafraseando a Serrat: Y qué le voy a hacer si yo nací en “Karabanchel”. Mi barrio, mi niñez, los primeros amores, la conciencia de clase. Siempre contigo, dónde voy a estar mejor. Pasarán los años y seguiremos en la lucha. De pie, nunca de rodillas.
Mientras tanto, la vida seguirá girando.
Seguiremos subiendo y bajando de trenes.
Seguiremos viviendo.
Seguiremos amando.
Imagen Archivo de ADECES