Por Marta Zardaín.
En el transcurso de una de esas conversaciones que pretenden ser intrascendentes, hoy alguien ha hecho referencia a las personalidades PAS, siglas con las que se abrevia nada menos que un tipo de temperamento, el de la Persona Altamente Sensible.
En concreto, este término acuñado en los 90 por la psicóloga Elaine Aron recoge un rasgo de la personalidad presente en dos de cada diez personas, hombres y mujeres, o lo que es lo mismo en el 20% de la población mundial.
Abierta la espita de la curiosidad, profundizo en el tema y descubro que, entre otros rasgos diferenciales, las personas PAS se caracterizan por vivir la vida con mayor nivel de intensidad/sufrimiento que el resto.
Este rasgo hace que, por ejemplo, una persona PAS se sienta absolutamente incapaz de trabajar en determinados entornos con alto nivel de intensidad emocional, caso de, por ejemplo el maltrato a los menores o la violencia de género.
Sin llegar al extremo PAS, una dosis de sensibilidad sería más que necesaria en un país en el que a siete de agosto el número de mujeres víctimas mortales de la violencia de género asciende a 24; a 14 el de los niños/as que durante este año han quedado huérfanos como consecuencia de estos casos; y a 948 el número de mujeres que en los últimos 15 años han sido asesinadas a manos de sus parejas o exparejas, según datos facilitados por la Delegación de Gobierno para la Violencia de Género.
En junio de 2013, la OMS definió la violencia de género como un problema de salud pública. Hoy por hoy, me sumo a las voces que van más allá y lo definen como un problema social cuya erradicación requiere, estoy convencida de ello, la implicación de todos. Sí, de todos, porque si bien es cierto que la educación familiar es clave, no es menor la responsabilidad que en este tema tienen agentes socializadores como los medios de comunicación, pero también la literatura o la publicidad.
Nada es baladí cuando de educar y concienciar se trata. Son decenas los gestos micromachistas que se suceden ante nuestros ojos a lo largo del día sin que, en la mayoría de las ocasiones, nos percatemos de ello.
Pongamos por ejemplo la trampa del lenguaje, según la cual una misma palabra puede ser una virtud o un defecto en función de su género. ¿Verdad que no es lo mismo que un hombre sea definido como un zorro a que se utilice el mismo adjetivo para señalar a una mujer? En el primero de los casos estamos haciendo referencia a un rasgo envidiable, la astucia; en el segundo…mejor no profundizar.
La literatura tampoco se libra, pongamos como ejemplo la Biblia, que impresa entre 2.500 y 6.000 millones de veces constituye el libro más leído del mundo. Al margen de cuestiones religiosas, es difícil no sucumbir a la tentación y no leer alguno de sus versículos y entre tanta maravilla seguramente pasen desapercibidos textos como, por ejemplo: “Multiplicaré tus trabajos y miserias en tus preñeces; con dolor parirás los hijos, y estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará.”. GENESIS 3:16 (Dios a Eva).
Tampoco salen indemnes del análisis referentes universales de la talla de Quevedo, Lope de Vega o Calderón de la Barca, quién en “El Médico de su Honra”, una de sus obras referente, pone a Don Gutierre en la tesitura de matar a su mujer ante la idea de que le pueda estar siendo infiel. El Siglo de Oro nos sitúa muchas veces ante escenarios cavernícolas.
Por fortuna, Miguel de Cervantes nos reconcilia con los clásicos y, adelantándose a su tiempo, perfila en “Don Quijote de la Mancha” un retrato de las mujeres, en la mayoría de los casos, seguras de sí mismas, capaces de pensar y de actuar de manera autónoma. ¡Gracias Don Miguel!
Unos simples ejemplos son suficientes para evidenciar que, si bien es verdad que por fortuna la mayoría de los hombres y mujeres que conforman nuestra sociedad somos gente de bien, que sufre al ver las noticias y leer las cifras de la violencia de género, lo cierto es que tenemos una consciencia mínima del machismo que nos rodea en nuestro día a día.
Permanecemos inalterables mientras escuchamos palabras o contemplamos escenas y gestos que, en el mejor de los casos, son propios de un micromachismo benevolente o paternalista, a veces incluso en nuestra propia casa, ese universo único en el que imperan reglas propias. ¿Cuántos padres/madres se han librado de los cuentos en los que el valor y la heroicidad era cosa de los príncipes mientras que la dulzura y las dotes para el canto o la danza eran los rasgos distintivos de las princesas? Lamento tener que reconocerlo, pero yo no. Afortunadamente estamos a tiempo porque nunca es tarde cuando de mejorar nuestra sociedad se trata.
Imagen: Lago Enol, Covadonga. (Archivo ADECES)