La soledad no deseada: lo que estoy aprendiendo sobre ella

Por Lázaro González García

Presido la Asociación contra la Soledad, que hace dos años creamos un pequeño grupo de amigos. Hoy somos muchos más, mujeres y hombres, y estamos empeñados en hacer de nuestra hoy modesta organización una herramienta útil para cambiar algunas cosas, que consideramos imprescindibles para avanzar en la convivencia de todos los miembros de una sociedad que no excluya ni aísle a nadie. Pero no voy a contar aquí lo que pueden ver en nuestro sitio web o en nuestros documentos publicados. Voy a limitarme a contar brevemente lo que estoy aprendiendo personalmente.

Lo primero que he aprendido es que las personas que se sienten solas son muchas y que su número va creciendo de forma acelerada. No me refiero a las personas que viven solas, que sí están contabilizadas por las estadísticas oficiales. Algunas de ellas han escogido esta situación. Otras se han adaptado a ella sin mayor coste o sufrimiento personal. Me refiero a aquellas que, además se sienten solas y se enfrentan día a día a una de las angustias más terribles de los seres humanos, que consiste en el miedo a vivir y morir en soledad. Sin contactos con otros, sin ayuda, sin que importen a nadie y sin que nadie los despida al fin de sus días. La vida de estas personas se deteriora paulatinamente en lo físico y en lo psíquico y se ven privadas de aquellos apoyos de los que el resto de la gente dispone. Es lo que llamamos la soledad no deseada o no elegida. No sabemos cuántas personas son, porque la mayoría de ellas son invisibles para la comunidad. En nuestro país estimamos que superan los dos millones en su mayoría ancianos, y sobre todo mujeres. Hay también cuidadoras que no tienen un respiro, discapacitados, enfermos mentales, madres pobres cabezas de familia, emigrantes y refugiados que carecen de redes de apoyo, y una serie de grupos que viven en la pobreza y marginación.

Yo me considero un afortunado. No me he sentido solo porque siempre tuve una familia. Vivo en pareja y he contado con unas herramientas indispensables de salud, de conocimientos y de recursos materiales, que me han suministrado una seguridad y redes básicas de relación y apoyo. Por eso, la experiencia de la asociación me ha hecho ver que no conocía a una parte importante del mundo en que vivo.

La segunda lección que he aprendido es que la soledad se estigmatiza. Que tendemos a pensar que las personas que se sienten solas, es porque son raras, se abandonan o no hacen nada por relacionarse. Siendo víctimas las convertimos con demasiada frecuencia en culpables. He descubierto que a las personas que se sienten solas las hemos privado de un derecho humano esencial, que consiste en ser integradas en nuestra convivencia y red de relaciones como seres sociales que son. Nuestra sociedad cambia de forma acelerada, y en gran parte hacia el individualismo, hacia el sálvese quien pueda. A quienes dejan de estar fuera de la corriente principal del sistema productivo o de consumo, nos resulta fácil considerarlos como deshechos o excedentes de la sociedad.

Esta pandemia del coronavirus puede ser una buena ocasión para reflexionar sobre lo terrible que está siendo para miles de ancianos vivir y morir solos en las residencias o en sus casas, sin que nadie próximo les despida al final de su camino solitario y sin que ellos puedan dar el último adiós físicamente a los que fueron sus seres más queridos. Debería ayudarnos a reflexionar sobre este mundo que estamos construyendo, para que, cuando salgamos del actual confinamiento, seamos capaces de avanzar hacia una sociedad más cohesionada. Una sociedad basada en la empatía y la solidaridad, en la que nadie sea considerado como si fuera un deshecho, en la que nadie se sienta abandonado a su suerte y en la que nadie se sienta solo. Y menos aún aquellos que nos criaron, nos educaron, nos protegieron en nuestras crisis, salvaron nuestra economía, lucharon por nuestra libertad e hicieron posible el nivel de bienestar que tenemos. Habremos de tener esto muy presente para seguir considerándonos sociedad civilizada.

Otro hecho que me llamó la atención al principio es que, a pesar de ser el nuestro uno de los países más envejecidos del mundo y tener más de la mitad del territorio con numerosas poblaciones compuestas casi solo por gente mayor, ni la administración del Estado ni la mayoría de las regionales, tenían un plan estratégico para combatir la soledad no deseada ni lo habían incorporado en su agenda política. Por eso una de las primeras acciones que emprendimos en la asociación consistió en enviar propuestas al IMSERSO, a los partidos políticos y a los medios de comunicación, siguiendo el ejemplo del Reino Unido, que en 2018 puso en marcha una estrategia pionera para reducir la soledad de millones de sus ciudadanos. Solo los Ayuntamientos más sensibles, bastantes ONGs y algunas fundaciones están trabajando desde hace algunos años en este sentido. Y lo más sorprendente es que ya en 1990 tuvimos un Plan Gerontológico Nacional pionero, que puso en marcha medidas importantes sobre el envejecimiento activo, concertando los esfuerzos de las distintas administraciones para llevarlo a cabo. Pero parece que nuestra memoria política es muy frágil.

Afortunadamente parece que muchas administraciones empiezan a tomar nota, aunque los cambios recientes de equipos responsables han hecho que esta incipiente toma de conciencia no se haya plasmado aún en avances significativos.

Asimismo, ha sido muy importante para los miembros de la asociación, no solo para mí, identificar cuáles son las medidas más eficaces que ha de tener cualquier programa que intente combatir la soledad no deseada, que no son otras que las que ayudan a poner en marcha acciones en favor de un envejecimiento saludable. Son aquellos que:

Incluyen acciones positivas en favor de los grupos en mayor riesgo de aislamiento

Son sostenidos en el tiempo.

Las acciones son trasversales entre diferentes áreas de acción, sean de las administraciones públicas o instituciones privadas, entre diferentes disciplinas y entre diferentes actores.

Implican apuestas intergeneracionales en lo posible.

Logran movilizar al conjunto de la sociedad y sus recursos en un proyecto de mejora de la convivencia y cohesión social.

Termino estas líneas con un apunte muy personal. Mi vida profesional ha estado dedicada a lo largo de casi cuarenta años a la educación y la formación, primero a través del apoyo psicológico y profesional de los jóvenes y el enriquecimiento de la función docente. Más tarde en proyectos de cooperación al desarrollo, pues llegué a la conclusión de que el subdesarrollo no está causado tanto por la falta de recursos materiales, como por las carencias del conocimiento de la población. Considero que tuve mucha suerte en mi vida laboral, porque siempre hice lo que me gustaba y las administraciones y empresas en que estuve me pagaron por ello. No tuve que trabajar solo para sobrevivir, como ocurre por desgracia a mucha gente.

Cuando me jubilé decidí que tenía que cambiar de tema y dedicarme de forma voluntaria a los míos que eran las personas mayores. He emprendido durante varios años un recorrido bastante errático siempre en torno al envejecimiento activo. He aprendido algo, poco, de pensiones, de atención a la dependencia, de participación de las personas mayores en la vida de la comunidad aportando su conocimiento y experiencia. Llevo casi tres años intentando aprender sobre la soledad no deseada y he comprobado que sabemos muy poco de ella. No me hago demasiadas ilusiones de que mi esfuerzo vaya a contribuir a cambiar la realidad ni siquiera de forma modesta. Pero me gustaría poder decir, cuando llegue al fin de mi último viaje, que sigo en condiciones de aprender algo nuevo cada día y poder responder a la pregunta de por qué los seres humanos tenemos tanta dificultad para convivir y tanta facilidad para abandonar a los demás.

Imagen cedida por la Asociación contra la Soledad

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asociacioncontralasoledad@gmail.com

Autor: adeces asociacion
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