Por Eduardo Mateo Santamaría, responsable de proyectos y comunicación de la Fundación Fernando Buesa Blanco
En los días inmediatamente posteriores al 22 de febrero de 2000, fecha del asesinato de Fernando Buesa, su viuda, Natividad Rodriguez, acarició la idea de hacer algo para recordar y mantener vivo el legado de su marido. No tanto el político partidario como su convicción profunda en los valores democráticos que el terrorismo se estaba llevando por delante a la vez que a sus víctimas. Ante esta tesitura, dos ideas fuerza impulsaron que el incipiente proyecto fundacional viera la luz: la necesidad de un consenso en el País Vasco capaz de aunar a los diferentes sobre valores netamente democráticos, y la ilegitimidad sin ningún género de dudas de cualquier instrumento para la política que no sea la palabra y su capacidad para argumentar y convencer. En definitiva, “el valor de la palabra”.
En torno al verano de ese mismo año 2000, la idea cobró forma a gran velocidad de la mano animosa de amigos y colaboradores de Fernando. En tiempo récord se constituyó una fundación apartidista y plural cuyo objeto era promover los valores de paz y democracia, pero identificada ya por dos criterios: aglutinar las diferentes expresiones y sensibilidades que conviven en la sociedad vasca, y hacerlo sobre la convicción de que hay unos mínimos que conforman una ética civil que todos debemos compartir. El 3 de noviembre de 2000, nueve meses después del asesinato, la Fundación Fernando Buesa Blanco Fundazioa se constituyó oficialmente.
El estreno público de la Fundación fue el primer In Memoriam celebrado en el Teatro Principal de Vitoria el 20 de febrero de 2001. Allí tomó la palabra su presidenta, como lo hizo hasta que en 2013 empezó a ceder su papel en este acto a su hija menor, Sara, que lo ha protagonizado ya desde 2015. Aquel primer año la intervención invitada vino a cargo de Federico Mayor Zaragoza, exdirector general de la Unesco, acompañado de la actuación musical de Imanol Larzabal. Al año siguiente, por ejemplo, lo hicieron el rector Peces Barba y María del Mar Bonet, y así ha sido todos los venideros sin interrupción, con presencias muy meritorias (entre otros: Shlomo Ben Ami, Daniel Barenboim, Guerra Garrido, Gil Robles, Reyes Mate, Grande-Marlaska, Pello Salaburu, Iñaki Gabilondo, Victoria Camps y Adela Cortina, o los artistas Krahe, Aute, Pablo Guerrero, Serrat o Felipe Juaristi).
La Fundación enseguida precisó su espacio de acción, muy ligado a la reflexión y al debate público sobre cuestiones fundamentales de actualidad tanto social como política (institucional, más que partidaria), a la difusión de las propuestas de Fernando Buesa —pronto apareció la revista El Valor de la Palabra— y a la dimensión educativa en valores de paz, democracia y pluralismo. Al cabo del tiempo se ha asentado anualmente en febrero el acto In Memoriam, punto de encuentro de la sociedad alavesa y vasca, donde se hace balance de actividad y se plantea una reflexión a los asistentes.
Además, la Fundación realiza cada otoño un seminario anual y actividades más puntuales, como conferencias, presentaciones de libros, mesas redondas, cinefórums, además de jornadas monográficas. Resultado de algunas de ellas son sus diferentes publicaciones.
Del mismo modo, la web de la entidad da acogida a un centro documental online sobre atentados y víctimas del terrorismo, y a los testimonios orales de estas últimas en la web Zoomrights.
Los escolares son un público especialmente atendido mediante la serie de videojuegos que explica la importancia de los derechos humanos en nuestras sociedades y la publicación de una colección de cómics con similar objetivo.
Finalmente, la actividad de la Fundación se completa con diferentes exposiciones itinerantes, un glosario online sobre víctimas del terrorismo, proyectos de investigación, la web corporativa donde se incluye toda la actividad y, particularmente, con los posicionamientos públicos ante diversos acontecimientos, procesos e iniciativas.
Buena parte de la consideración que tiene la Fundación Fernando Buesa Blanco remite al riesgo, que no temeridad, que asume al abrir diferentes reflexiones tratando de anticipar futuros debates sociales. Un ejemplo puede ser uno de sus últimos seminarios, el referido a “Víctimas y política penitenciaria”, de 2018, donde, además de invitar a la discusión a un antiguo jefe de ETA, como Urrusolo Sistiaga, junto a jueces, juristas, directores de cárceles y víctimas, planteó las posibilidades y límites de diferentes estrategias ya ensayadas (la llamada “Vía Nanclares”) o de otras futuras. En ese sentido, la Fundación ha arriesgado siempre, pero sin caer en un diletantismo o una frivolidad que ponga en cuestión bases que nos tienen que seguir sirviendo. A la vez, otro rasgo ha sido la seriedad con que ha respondido a situaciones, aportando y no limitándose a refutar documentos o procesos considerados inadecuados o inoportunos (por ejemplo, aportaciones decisivas a planes gubernamentales, como los de Paz y Convivencia, entre otros). Tampoco hay que olvidar su continua demostración de independencia y una “política de alianzas” con otras entidades abierta y productiva, donde encontramos referencias a Bakeaz, COVITE, Aldaketa, Mario Onaindia Fundazioa, Fundación Ramón Rubial, el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, el Foro de Asociaciones de Educación en Derechos Humanos y por la Paz o, singularmente en los últimos años, el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda.
Todo ello ha conformado una labor bien considerada en general de la que ahora se cumplen veintiún años y que no hubiera sido posible sin el apoyo institucional del Ministerio del Interior, el Gobierno Vasco, la Diputación Foral de Álava, el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, la Caja Vital Kutxa (ahora Fundación Vital Fundazioa) y la Fundación de Víctimas del Terrorismo.
Pero, por encima de todo, el testimonio de la familia, de la viuda e hijos de Fernando Buesa a lo largo de estos años hace buenas las palabras tantas veces repetidas sobre la capacidad de las víctimas para darle la vuelta a un mecanismo tan letal como es el terrorista.
Digámoslo como lo expresó la jurista Adela Asúa cuando escribió: “Es sorprendente contemplar cómo la experiencia del dolor y la rabia de las víctimas y sus familiares puede convertirse en fertilizante de un futuro con memoria donde no quepa resquicio de legitimación de la violencia como instrumento político”.
Cumplidas ya más de dos décadas de trabajo, la Fundación sigue en su camino de ser un lugar en el que el encuentro y la reflexión sean el sustento para una sociedad más plural y también más comprometida con los valores que Fernando defendió con tanto ahínco: la convivencia, la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos.
Imagen cedida por la Fundación Fernando Buesa Blanco
www.fundacionfernandobuesa.com
info@fundacionfernandobuesa.com
Teléfono 945 234 047