Por Marta Zardaín.
Vuelve mi hija de clase encendida. Ninguna novedad. Ella es muy de encenderse, de implicarse, de debatir, de comentar y de contar. Y en esas estamos, con ella encendida, implicada, debatiendo, comentando y contando cuando pronuncia la palabra mágica. Esa que me lleva a frenar en seco y con gesto de extrañeza preguntarle qué es lo que acaba de decir, porque la cosa pinta regular.
“Feminazi, mamá, feminazi”, repite mi hija mientras gesticula con las que hasta hace dos días eran dos pequeñas manitas. A continuación, comienza a explicarme que hoy por hoy, o al menos en su micro mundo, la cuestión ya no se centra en feminismo sí o feminismo no; que eso está ya superado. Hoy el debate está en torno a las feminazis que, al parecer y como no puede ser de otra manera, concentran todas las críticas.
“Se supone, mamá, que esta sociedad ya no es machista. Y que hemos llegado a un punto en el que hombres y mujeres tienen una posición igualitaria, por tanto, el feminismo está más que superado”.
“Se supone, mamá, que ahora el problema lo representan las feminazis, a las que definen como una especie de radicales, ultras que en realidad lo que persiguen es imponerse por encima de los chicos”.
Llegados a este punto me interesa saber en qué lugar se encuentra mi hija. Su respuesta me tranquiliza. Ella, al igual que yo a su edad… ¡y a la mía!, está firmemente convencida de que quedan muchas cosas por cambiar antes de afirmar con tanto fervor como se viene haciendo que estamos en una sociedad igualitaria.
No deja de resultar chocante que algo tan evidente para una niña/chica/preadolescente de 12 años resulte invisible a los ojos de aquellos que aseguran que el feminismo constituye un debate trasnochado y que, por fin, nos hemos convertido en una sociedad que si no ejemplar, está a un paso de serlo.
Quienes defienden esta teoría recurren a temas tan manidos como las listas cremallera, que se supone conceden la misma oportunidad presencial a hombres y mujeres en las elecciones; o incluso defienden que la presencia de las mujeres en los Consejos de Administración de las grandes empresas es ya una realidad. Eso sí, cuando se piden datos, nombres de las empresas o de las mujeres que tocadas por una especie de “don” o de varita mágica, se han convertido en “las elegidas” para acallar las voces que continúan protestando por la desigualdad en el ámbito laboral, entonces nadie es capaz de dar ninguna referencia, ni de la mujer con un alto cargo ejecutivo ni de la empresa que la ha escogido como tal.
En general, cuando de concretar, de ponerse serios y de dar nombres se trata, a la gran mayoría se les quedan en la punta de la lengua. Honrosa excepción la constituyen las “hermanas Koplowitz”, tan recurrentes ellas para quienes se empeñan en continuar negando lo evidente. Ambas representan la imagen de la mujer que llega a la cumbre, no se sabe bien de qué cumbre estamos hablando porque raro es el interlocutor que aparte de su apellido logra dar algún que otro detalle concreto sobre las mismas; pero ahí lo dejan. Los más avezados hablan de Soraya Sáez de Santamaría, que lleva años contando con el “beneplácito” del Presidente del Gobierno; y, ya puestos y una vez cogida la carrerilla, alguno que otro recuerda a María Teresa Fernández de la Vega, que también fue vista con buenos ojos por otro Presidente, en esa ocasión José Luis Rodríguez Zapatero, para otorgarle un puesto de confianza.
Para evitar malos entendidos, antes de proseguir quiero dejar claro y manifiesto mi total convencimiento de que las citadas mujeres han llegado a donde están por su capacidad y formación y no como consecuencia del azar, las simpatías o los caprichos de quienes les concedieron y conceden su crédito.
Aclarado este extremo, llega el momento de darse de bruces con la realidad. Si de Consejos de Administración hablamos, la presencia de mujeres en los del Ibex 35 ha ido incrementando desde 2010 hasta febrero de 2016, fecha del informe realizado por la consultora Atrevia y la escuela de negocios IESE, en el que se analiza esta cuestión.
Los datos parecen favorables, pero basta profundizar un poco para que esa primera impresión se torne un espejismo. En concreto el número de puestos en los Consejos de Administración de las empresas del Ibex 35 ocupados por mujeres se reduce a 91, lo que en términos porcentuales representa un peso del 19,83%. La cosa podía ser peor, aún exiguas, estas cifras representan un incremento del 13,75% con respecto a las del año pasado, en las que los puestos ocupados por mujeres se reducían a 79.
A todas luces, estamos extremadamente lejos de lo recogido por la Ley de Igualdad en 2007, en la que se recomendaba (no obligaba) a las sociedades del Ibex 35 y, en general, a aquellas con una plantilla superior a 250 empleados a incluir el 40% de mujeres en sus Consejos de Administración. Para ello, se establecía un margen de 8 años. El tiempo ya ha sido sobrepasado, el objetivo continúa sin alcanzarse.
Como ya he señalado, otro de los ejemplos de referencia al hablar de los avances en torno a la igualdad de género es el de las listas cremallera y las leyes de cuotas. Se trata, en definitiva, de mecanismos de discriminación positiva en aras de superar la brecha de género facilitando un reparto más equitativo en los cargos de elección popular y de representación.
En 1991, Argentina tomó la delantera y se convirtió en el primer país del mundo en incorporar una ley de cuotas. En el mismo sentido, por otros países y en otros momentos se han aprobado leyes de paridad electoral, también denominadas cuotas de género o de equidad.
La idea está clara: hombres y mujeres no sólo deben ser constitucionalmente iguales en cuanto a la posibilidad de elegir a sus representantes sino también en la posibilidad de ser elegidos como tales. Razonable… ¿o quizá para algunos no tanto? Seis años tuvimos que esperar hasta que el Tribunal Constitucional resolvió, desestimándolo, el recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular (PP) contra la modificación de la Ley Electoral de Andalucía, aprobada en 2005, en lo referido a la obligatoriedad de alternar hombres y mujeres en las candidaturas a las elecciones autonómicas.
En el ámbito nacional, el Partido Socialista (PSOE) anunció en 2013 su intención de proponer la modificación de la Ley Electoral para convertir en obligatorias las listas cremallera con una representación de ambos sexos del 50% de cara a las elecciones generales.
Pese a los buenos propósitos, lo cierto es que el mayor logro en este sentido se alcanzó en 2007, fecha en la que la Ley de Igualdad del Ejecutivo de Zapatero convirtió la paridad en obligatoria. Una paridad, eso sí, un tanto peculiar ya que no supone una alternancia real. En concreto, la obligación se limita a asegurar un reparto del 60%-40% en cada grupo de cinco puestos. Un primer paso, sin duda controvertido a juzgar por la oposición que en forma de recurso de inconstitucionalidad mostró el PP.
En estos días, la idea esbozada por el PSOE en 2013 en cuanto a un reparto del 50% ha sido recuperada por algún que otro partido. Pero de momento, se mantiene en el terreno de las buenas intenciones.
En este contexto, el hecho de que entre los miembros de las nuevas generaciones se utilice el término feminazi para referirse a feministas radicales o que promueven la vulneración de los derechos de los varones no hace sino emplear un nuevo concepto, por supuesto peyorativo, para referirse a una vieja idea: aquella según la cual las mujeres ya han conseguido la tan ansiada igualdad y todo lo que a partir de ahora suponga abundar en esa idea constituye una acción radical que, por supuesto, hay que erradicar. Triste, muy triste; pero nada nuevo bajo el Sol.