Cuarenta y siete años de defensa y respeto hacia los animales

Por Jordi Gispert del Departamento de Comunicación de ADDA

Tráfico, pitidos, ajetreo, constante trajín de pasajeros, nubes matutinas y un transporte que no llega. Pasa la hora punta en esta gran metrópolis, la antigua capital del mundo, núcleo y alma de Inglaterra. Son las 9h de este 10 de octubre y acogido por la gris y verde Londres me apresuro yo también entre el jolgorio para llegar, tan puntual como se pueda, hacia el distrito de Highbury. Se hallan ahí las oficinas de Cruelty Free Europe, un gran lobby de presión europea que se unió en 2020 a los distintos grupos europeos que luchan por acabar con la experimentación animal.

Se celebra la reunión que se fija cada año en una sede que fluctúa. Llego tarde, ya avisé. No se pueden hacer maravillas: Gatwick dista 45 km del centro, y el vuelo ha tomado tierra, con puntualidad británica, a las 8:30h. Mi tarea es representar a ADDA, en un ente que aglutina a asociaciones de una veintena de estados. Algunas más grandes, más potentes, pero pocas con los años de experiencia de esta nuestra Asociación para la Defensa de los Derechos de los Animales (ADDA), pionera en la península, con sede en Barcelona, que se cruzó en mi camino hará ahora ya 6 años. Poco tiempo comparado con el amplio recorrido de los que aún siguen, de manera voluntaria, gobernando el barco. Lo hacen desde 1976. Fue ese el año en que un grupito de personas acudió a la llamada cordial de Benito de Benito, un empleado de la empresa de ferrocarriles, residente en Mataró, que en la España que vencía al blanco y negro fue el primero en levantar la voz para denunciar el mal trato que recibían los animales. Tuvo la brillante idea de publicar un anuncio en la prensa barcelonesa, que resultó un éxito por la respuesta y acabó consolidando la primera sociedad por la defensa de los animales del estado. Una organización más moderna, que iba un paso más allá de las protectoras tradicionales del momento, y que se ha mantenido hasta ahora sin afán de lucro y totalmente independiente. Casualidad o no, fue también una hoja en el periódico, precisamente, la que me desveló a mí, en el 2017, la meritoria y longeva dedicación de ADDA.

Repaso conceptos y algunos apuntes sentado en el tren exprés, el medio más rápido para sortear el tráfico de la ciudad abarrotada y alcanzar el centro. Todo está en papel y boli, arrugadito, solo un poco, pero a punto y ordenado. Memorizo las cuestiones que deben tratarse y las noticias e investigaciones surgidas de España, que aportaré al resto para su conocimiento. Vamos, en la Península Ibérica, a remolque, y adaptando, sin refuerzos, lo que sale de Bruselas. Es por esto que es crucial aunar esfuerzos en el viejo continente. Luchamos, en este campo, con materias muy complejas. Nociones de microbiología, pruebas con estándares concretos, y una legislación corta que se cumple escasamente.

Desde que en el 1991, ADDA entró en la recién creada ECEAE (European Coalition to End Animal Experiments) proliferan soluciones, métodos alternativos validados y precisos, como son los organoides (pequeños cultivos celulares de un tejido sobre el cual se prueba la sustancia deseada) o el milagro de la computación de alto rendimiento, que es capaz de predecir procesos celulares con una amplia exactitud. Se ha batallado con éxito contra los tests para cosméticos, disponiendo una ley pionera que prohíbe desde 2013, la importación o exportación en Europa de productos e ingredientes que hayan sido investigados en especies vivas. Se ha renovado la legislación base, que del año 2010 en adelante refuerza la protección de aquellos animales forzados a experimentos. Y se ha intentado, sin coro, desarrollar una norma para objeción de conciencia, a imagen y semejanza de la surgida en Italia (1993) que ampare a los estudiantes que no quieren diseccionar o encerrar a las criaturas inocentes. Las campañas se dirigen, todavía, a aminorar el gran calvario que cada año, en los laboratorios europeos, sufren 10 millones de animales, en inmensa mayoría roedores, peces, monos, perros o conejos. Afrontan torturas con la excusa de prevenir enfermedades, descubrir remedios, educar en biología o medicina, servir a la industria militar o cumplir con las normas de regulación estipuladas. Los ensayos son variados, menos fiables que un sorteo, científicamente hablando. Las especies afectadas sufren un transporte largo, condición adversa y reclusión forzosa. Los más desdichados mueren o padecen en pruebas severas como el test de Bótox (o dosis letal 50) que administra esta toxina hasta matar a la mitad de concurrentes; o los ensayos con electrodos, enganchados al cerebro de primates, que modulan las descargas con el pretexto de hallar remedios, que en un siglo han sido nulos, al Alzheimer.

Desgraciadamente la experimentación es solo un ejemplo de lo que hay que resolver. ADDA trabaja desde el inicio para denunciar el sistema de granjas industriales, los circos con animales, los sistemas de matanza, la caza por ocio, el abandono de mascotas, los zoológicos y delfinarios y todos los espectáculos que basen su razón en la tortura. Se adoptó, del inglés Welfare, el término bienestar, hoy tan usado. Se luchó por detener el sacrificio de perros y gatos abandonados. Se logró la aprobación de la primera Ley de Protección en Cataluña (1988), que precedió al resto de comunidades y a la norma que el estado, finalmente, ha legislado en este año. Se prohibieron las corridas de toros en Cataluña (2010) y se entregaron millón y medio de firmas al Ministerio del Interior (1993) con el fin de detener las fiestas crueles e introducir el delito de maltrato en el Código Penal.

Se ha avanzado, pero esto no se acaba. No se tira ya a una cabra desde el punto más alto del campanario de Manganeses de la Polvorosa, una aldea de Zamora que mantuvo hasta el 2000 la “tradición” intacta cada cuarto domingo de enero. No se degüellan los gallos en Palaciosrubios (Salamanca), ni en Guarrate (en la provincia de Zamora), ni se mantienen carreras o el tiro a estas aves en Castilla. Pero siguen los transportes, el tráfico de animales, los zoológicos, la industria que los trata como meras mercancías o el negocio de la caza. ADDA, afortunadamente, no está sola. Forma parte de plataformas y coaliciones como Stop Ganadería Industrial o la Federació d’Entitats Pro Drets dels Animals i la Natura. No es aquello de la década de los 70 pero aún falta para alcanzar el respeto hacia los seres que comparten con nosotros el planeta. La difusión es vital y es en esto en lo que estamos. No se trata de “pooobre perrito” o “pooobre gato”. Hay que dejar de alejarse del entorno natural. Los humanos somos parte de este mundo como lo es un jabalí, un delfín o un sauce. Puede entenderse la biología, el ansia de supervivencia, pero nunca la maldad o el gran desprecio.

Y confirmo: llego tarde. Hay quien se queja de Barcelona. Esto sí es un caos salvaje. 9:15h y ando todavía en la conexión hacia el metro, en la estación de London Victoria. Suerte de mis patas largas. Todo fuera eso: muy amablemente mis compañeros de Chequia, Francia, Italia… me dejarán los apuntes de estos minutos perdidos.

Imagen cedida por la Asociación para la Defensa de los Derechos de los Animales (ADDA)

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Autor: adeces asociacion
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