Por Minerva Rodríguez
Ante las graves consecuencias de los déficits en la alimentación
Las nuevas tecnologías se han convertido en herramientas indispensables en la actividad diaria de la mayoría de los ciudadanos. Y de su mano, han llegado las redes sociales. La ausencia de un control eficaz y de una legislación específica hacen de éstas el vehículo ideal para la difusión incontrolada de millones de mensajes. Una sociedad mal informada es una sociedad vulnerable. La transmisión de mensajes engañosos en temas de importancia vital, como la nutrición, ponen a la sociedad en peligro.
Facebook, Instagram, Twitter, YouTube, son algunas de las plataformas a través de las que un mensaje puede ser distribuido a miles o millones de receptores, en función de los contactos del emisor. Las bondades de esta capacidad comunicativa comienzan a cuestionarse cuando se analizan los contenidos, en la actualidad de lo más diverso. De hecho, las redes sociales son el canal empleado por numerosas firmas para, a través de personajes más o menos conocidos por un determinado público, hacer llegar sus novedades. Desde ropa, hasta viajes increíbles, todo encuentra un hueco y un lugar. Hasta ahí, perfecto. El problema surge cuando los contenidos son compartidos sin pasar ningún tipo de filtro o, de existir y a juzgar por lo analizado, se revelan escasos.
Si al inexistente o exiguo control se le añade la falta de formación que en la mayoría de los casos hay detrás de la persona que aconseja o recomienda tal o cual producto y, además, se le suma la confianza ciega que en ellos parecen depositar los receptores, convierten a las redes sociales en un cajón de sastre en el que todo vale; cualquiera puede emitir una opinión que sin contrastar llega a un receptor dispuesto a creerla.
Cuando las recomendaciones son relativas a la moda o la decoración, por ejemplo, no hay inconveniente, todo lo más puede darse una disparidad de criterios basados en el gusto o el estilo, nada relevante. El problema surge cuando lo que se aconseja es una dieta, un producto depurativo o laxante, o incluso la sustitución de una comida, o varias, por determinado preparado.
La costumbre hace que veamos con naturalidad este tipo de “consejos”; los comentamos, los intercambiamos y nos convertimos en trasmisores involuntarios de un mensaje que puede ser nocivo para la salud.
De sobra sabemos que las recomendaciones alimentarias deben ser hechas por expertos en la materia, las complicaciones se inician cuando se atribuye la condición de “experto/a” a un determinado personaje cuyo mérito suele ser tener un físico que sus seguidores consideran envidiable. Bastaría con revisar fotos previas de ese personaje para darse cuenta de que el admirado físico ya estaba presente desde mucho antes de aconsejarse tal o cual producto, pero ya se ha hecho referencia a la confianza sin límites de unos receptores dispuestos a confiar y creer, que sin saberlo están poniendo en riesgo su salud.
Las consecuencias de una alimentación deficitaria son tan numerosas como variadas. Para poder llevar a cabo todos los procesos fisiológicos de la salud y la vida, el cuerpo necesita recibir los nutrientes suficientes. De no hacerlo, el organismo responderá con síntomas que van desde el cansancio a enfermedades graves. Cada etapa tiene unas necesidades nutricionales peculiares, la adolescencia por ejemplo demanda una mayor ingesta; pero también cada estilo de vida, un deportista, tiene unas necesidades diferentes de una persona que trabaja sentado ocho horas en una oficina.
Los efectos también varían en función del nutriente del que se carezca. Así, por ejemplo la deficiencia de proteínas presentes en productos como carne o pescado, puede generar cansancio, retención de líquidos o una mayor facilidad para contraer infecciones.
La falta de hierro puede provocar desde somnolencia a dolores de cabeza y mareos.
La vitamina B12 es imprescindible para la producción de glóbulos rojos, el funcionamiento del sistema nervioso y el metabolismo energético, su insuficiencia puede originar anemia y hormigueos en las extremidades, entre otras sintomatologías.
Es, como mínimo, cuestionable que todo aquel que alegremente lanza una recomendación nutricional disponga de los conocimientos necesarios para hacerlo. No hay más que darse una vuelta por las cuentas de Instagram de las influencers del momento para llegar a la conclusión de que o bien desconocen los efectos de la mayoría de los productos que anuncian o estamos ante un fenómeno digno de estudio por el cual la profesión con más número de graduados en endocrinología o nutrición sería la de influencer.
Junto a las consecuencias “menores” ya vistas, los déficits nutricionales se encuentran en el origen de graves patologías como los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) que en España padecen 400.000 personas, de las que 300.000 tienen entre 12 y 24 años, según un estudio de enero de 2019 realizado por la Fundación Fita y la Asociación española para el estudio de estos trastornos.
De hecho, los TCA representan la tercera causa de enfermedad crónica en la adolescencia, sufriéndolos en una apabullante mayoría (el 90%) la población femenina. En concreto, la anorexia nerviosa y la bulimia son los trastornos más frecuentes en estas edades.
Si consideramos que los TCA representan la enfermedad mental con más mortalidad por las complicaciones físicas que provocan y por suicidio, las conclusiones son evidentes:
¿De verdad podemos seguir permitiéndonos mirar hacia otro lado y dejar que campen a sus anchas mensajes que incitan a seguir unos hábitos alimentarios erróneos?
¿Hasta cuándo van a permanecer inmutables los responsables de aplicaciones como Facebook, Instagram, Twitter, YouTube?
¿Cuánto van a tardar en aprobarse medidas legislativas que impidan la distribución de mensajes que constituyan una apología de la enfermedad alimentaria?
En el marco de uno de los objetivos fijados por nuestra Asociación para este año, por el que nos comprometíamos a vigilar “el avance de las pseudociencias y los mensajes que sobre la salud, en especial en materia de nutrición, se emiten a través de las redes sociales”; ADECES elaborará el Decálogo de Información de Pautas Nutricionales en Redes Sociales y, una vez realizado, lo hará llegar a los diferentes operadores e instituciones administrativas.
Los graves efectos de una alimentación insuficiente hacen necesario que la sociedad tome conciencia y se ponga en marcha para poner fin a unas actuaciones que, movidas por intereses comerciales, son devastadoras para la población en general, y para segmentos más permeables como los adolescentes en particular.
Somos conscientes de la complejidad de nuestro empeño, por ello solicitaremos la ayuda y colaboración de las instituciones y los prestadores de servicios de la sociedad de la información. Del resultado de todo ello, iremos dando cuenta a través de este canal.
Imagen: archivo ADECES